I
ASOCIACIÓN LASALIANA
Aproximación al concepto central
1. UN TÉRMINO CON SIGNIFICADOS DIVERSOS.
1.1 Ambigüedad y conveniencia del término.
El término “asociación” se utiliza actualmente para designar realidades muy diversas. Es, pues, muy conveniente ser consciente de esta ambigüedad que puede dificultar su comprensión, o que el emisor y el receptor se encuentren en la misma onda.
Podemos preguntarnos, para empezar, ¿por qué mantener en uso este término, “Asociación lasaliana”, si su significado puede confundirse tan fácilmente? ¿Por qué no emplear otro término menos ambiguo? Los dos motivos siguientes están en favor de seguir empleándolo:
– El primero se refiere a nuestras raíces: se trata del término con el que el Fundador y los Hermanos de los orígenes quisieron reflejar su experiencia de comunión para la misión. El término en cuestión viene a ser como el puente que nos permite ponernos en contacto con su experiencia carismática. Por otra parte, vemos que la dificultad en cuanto a la ambigüedad del término es la misma que se encuentra con otros términos ligados a la experiencia religiosa, que a su vez son empleados para designar experiencias muy distanciadas, a veces, de lo religioso. Basta pensar en la palabra “Amor”, con que el Nuevo Testamento designa la esencia de Dios…
– El segundo se refiere a la práctica eclesial que se va imponiendo en el campo de la colaboración entre religiosos y seglares que participan en el mismo carisma. Esta relación suele denominarse con el término “asociación”, y los seglares que llegar a participar en el carisma se les denomina “asociados”. En nuestro caso este término no se reserva sólo para los seglares que vienen a participar en el carisma lasaliano, sino que identifica también a los religiosos participantes en el carisma. Los Hermanos son, históricamente, los primeros “asociados lasalianos”.
1.2 La “asociación” como organización jurídica.
En el ambiente social más común, lo mismo en el mundo francófono, anglófono e hispanófono, se entiende por “asociación” una organización cuyos miembros están ligados por un contrato que se refiere a la consecución o la defensa de fines muy concretos, o la protección mutua de los miembros de la Asociación. Tiene un matiz claramente jurídico, y está regulado por leyes sociales.
– En el mundo lasaliano tenemos “asociaciones” de este tipo: Asociación de Centros La Salle, Asociación de Directores de Colegios, Asociación de Maestros lasalianos, Asociación de Antiguos Alumnos,…
– Pero también los Institutos religiosos, como es el caso del Instituto FSC, tienen que asumir este carácter de “organización jurídica” según las leyes vigentes en cada nación, para poder ejercer en la sociedad las funciones propias de su misión. En Bélgica, por ejemplo, los Hermanos están constituidos en “Asociación sin fines lucrativos”, según la legislación del país.
1.3 La “asociación” como organización eclesial.
El Código de Derecho Canónico utiliza este término, “asociación”, para referirse a las organizaciones eclesiales de fieles, con o sin personalidad jurídica, constituidos para desarrollar juntos algún aspecto de la vida cristiana o vivir según el espíritu de un maestro espiritual (cf. cánones 215 y 303). Estas organizaciones no necesitan, en principio, un reconocimiento oficial canónico, en cuyo caso el CDC las denomina “asociaciones privadas de fieles”. Si lo desean sus miembros, pueden ser reconocidas oficialmente por la autoridad eclesiástica, sin dejar por ello de ser “asociaciones privadas de fieles”, con o sin personalidad jurídica. Y finalmente, pueden ser reconocidas como “asociaciones públicas de fieles”, siempre con personalidad jurídica, y tener así la facultad de desempeñar ciertas funciones en nombre de la Iglesia, como son la educación cristiana y la catequesis.
– En el mundo lasaliano son muchas las “asociaciones privadas de fieles”. La Asociación “Signum Fidei” es una de ellas, pero hay otras muchas de carácter local. En la fecha actual (2006) no existe ninguna reconocida como “asociación pública de fieles”.
– Los Institutos religiosos lasalianos de Hermanos y de Hermanas, y el Instituto Secular “Catequistas de Jesús Crucificado y María Inmaculada” son asociaciones de carácter canónico, pero se denominan “Institutos de Vida Consagrada” (cánones 573 y 710).
2. LA “ASOCIACIÓN” EN SENTIDO CARISMÁTICO.
2.1 La participación en el carisma lasaliano.
Cuando hablamos de “asociación” en el sentido primario de participación en el carisma lasaliano, lo organizativo y jurídico, e incluso el reconocimiento canónico, pasan a un segundo término, como también el aspecto de contrato. En cambio pasa al primer plano todo lo que se refiere a la comunión entre personas, comunión en un mismo carisma, para participar en la misión que justifica esta asociación. Es algo muy “existencial” y tiene que ver con conceptos tan vitales como “proceso o itinerario”, “vocación”, “identidad”, “relación entre personas”, “compromiso”, e incluso “consagración”, es decir, referencia explícita a Dios. Todos estos matices están presentes en el término “asociación” cuando la perspectiva central es la participación en el carisma lasaliano.
2.2 Una raíz trinitaria.
La asociación lasaliana, en su sentido carismático, hay que ligarla necesariamente a la Trinidad. Es su raíz más profunda porque, en el fondo, asociarse para la misión lasaliana, según lo entiende Juan Bautista de La Salle, es participar en la comunión y en la misión salvadora de la Trinidad y, por eso mismo, es “procurar su gloria”. Por ello, el término “asociación”, en el sentido carismático lasaliano, se corresponde con el de “consagración”, y recíprocamente (ver en este Vocabulario el término “Consagración”).
Para valorar esta raíz trinitaria de la asociación lasaliana hemos de recurrir a la meditación 201 de Juan Bautista de La Salle. Allí el Fundador nos revela cuál es la fuente de vida de la asociación que nos reúne: es una experiencia de comunión y de participación en la vida misma de la Trinidad, en su tarea salvadora, concretada en la educación cristiana de los niños.
A lo largo de la meditación, La Salle nos muestra a las Tres Personas actuando en la misión de salvación, cada una de manera peculiar, y cada una asociando en el mismo dinamismo a la Iglesia y sus ministros (nosotros). Es el retrato de la Comunión para la Misión en sus fuentes más originales: la Trinidad, Jesucristo y la Iglesia. A la vista de esas fuentes, La Salle nos invita a compartir y entrar “celosamente” en esta alianza; compartimos la Obra de Dios y el trabajo en la viña del Señor; compartimos los dones que el Espíritu Santo nos ha dado para edificar la Iglesia; compartimos el celo de Jesucristo por su Iglesia, y el de la Iglesia por sus fieles; compartimos el celo de Dios por la salvación de las almas, y el de Jesucristo, Buen Pastor, por sus ovejas…
2.3 Una raíz eclesiológica.
La asociación lasaliana, desde hace pocos años, ya no se limita a la asociación entre los Hermanos, sino que incluye formas muy diversas de asociarse. Las raíces de la nueva asociación las encontramos en la eclesiología que, hoy, está recuperando lo que fue práctica habitual entre los primeros cristianos, según se nos muestra en el Nuevo Testamento.
Veámoslo en un texto de San Pablo, Romanos 16,1-6: en él se mencionan una gran diversidad de personas (hasta 28), todas ellas unidas en la comunión y en la misión al lado de Pablo y por diferentes motivos.
Alguno, como Pablo, está consagrado de por vida al ministerio de la Palabra; otros desarrollan con mayor o menor intensidad tareas explícitamente misioneras, entre los cuales se citan dos matrimonios; muchos otros aportan simplemente el carisma de la presencia, el apoyo afectivo, la solidaridad en la dificultad y el sufrimiento. Todos ellos comparten el riesgo de la fe por la causa de Cristo. Entre ellos la procedencia social es muy variada: hombres y mujeres, esclavos y libres…
Es la muestra concreta de la asociación para la misión entre consagrados y laicos: no es sólo la colaboración en la obra sino la comunión en las vidas, la relación fraterna, el afecto declarado, la responsabilidad compartida… y sin precedencias “a priori” de unos sobre otros.
2.4 La asociación entendida como “proceso”.
“Asociación”, entendida como proceso, incluye los dinamismos que favorecen la asimilación del carisma lasaliano: durante este proceso la persona se apropia la identidad lasaliana y se hace solidario con los demás lasalianos para impulsar “juntos y por asociación” la misión educativa lasaliana. Abreviadamente: es el proceso de comunión para la misión desde el carisma lasaliano.
El 43º Capítulo General explicita este proceso señalando las características lasalianas que se desarrollan en el mismo, y a las que luego se refiere para describir un “asociado”:
“Hay Colaboradores que han recorrido un largo camino de participación en la misión lasaliana y que se sienten llamados a profundizar y participar en el carisma, la espiritualidad y la comunión lasaliana. Particularmente viven un cierto número de características lasalianas de referencia:
– una vocación a vivir de acuerdo al carisma de San Juan Bautista de La Salle y a sus valores;
– una vida de fe que descubre a Dios en la realidad, a la luz de la Escritura, y para las personas de otras religiones según sus propios textos sagrados;
– una experiencia comunitaria, vivida de diferentes formas y acorde a la identidad de cada uno;
– una misión que asocia en el servicio de los pobres y que implica una cierta duración;
– una apertura universal que nos abre a dimensiones que superan lo personal y su realidad local” (Circular 447, pp. 4-5).
2.5 La asociación referida al “conjunto de asociados”.
“Asociación”, entendida como resultado del proceso, se refiere al conjunto de asociados. El término “Asociación Lasaliana” en este nivel de comprensión no se ha asentado todavía ni satisface a muchos, pues se confunde fácilmente con las organizaciones jurídicas a que nos referíamos antes.
– Se descarta su equivalencia con “Familia Lasaliana”, pues este término incluye a muchas personas con vínculos muy variados en relación con La Salle. Pero se acepta que la “Asociación lasaliana” está integrada en la “Familia lasaliana”.
– Aumenta la tendencia a verla como “la comunión de comunidades lasalianas”. En este sentido, el término “Comunidad Lasaliana” podría responder a dicho concepto. De hecho, el equivalente de este término es utilizado en la actualidad por otras Congregaciones religiosas para designar el conjunto de personas que viven la comunión en el carisma respectivo (por ejemplo: Comunidad Viatoriana). De momento, entre nosotros se utiliza sólo con alcance local, no universal.
3. MISIÓN Y COMUNIÓN: Los dos ejes centrales de la Asociación.
3.1 Misión: envío y tarea.
El término “Misión” reúne dos conceptos que son complementarios. No siempre se tienen en cuenta estos dos conceptos, lo cual da origen a confusiones o a un empleo inadecuado del término.
– Envío. La raíz etimológica de “misión” es “missio”, del latín, y significa primeramente “envío” o “encargo” . Se relaciona con “llamada” o “vocación”.
– Tarea. El objeto del envío, el “para qué” se es enviado, es el otro concepto que se expresa con la palabra “misión”, y que incluso ha acaparado el término.
3.2 Base antropológica y social de la Misión.
La misión tiene, ante todo, un rostro humano, antes de ser vista desde la fe.
3.2.1. El significado antropológico de la misión se revela en la relación que se crea entre dos seres humanos cuando la necesidad de uno es experimentada por el otro como una llamada que le está pidiendo respuesta.
No basta descubrir o percibir una necesidad, o más bien, una persona necesitada, para que exista “misión”. Es necesario sentirse urgido o enviado a dar respuesta o solución a esa necesidad. Aquí empieza la misión. Este es su primer componente antropológico, con una doble faceta de “llamada/envío”. El segundo componente corresponde a la misión como tarea: la persona que recibe el envío intenta dar una respuesta eficaz para solucionar la necesidad que ha motivado su envío.
– Esta base antropológica la encontramos en la raíz de la misión lasaliana: Juan Bautista de La Salle, primero, y luego los que se han unido a su proyecto, descubrieron la necesidad de educación en los niños y jóvenes pobres, la sintieron como una llamada apremiante, y aceptaron darle respuesta al poner en marcha un proyecto de educación dirigido a resolver aquella situación de necesidad.
3.2.2. El significado social de misión se apoya en esa base antropológica. Cuando una necesidad es experimentada como tal por los agentes sociales o representantes de la sociedad en los diferentes niveles, ellos buscan y encargan a otros para que den solución. Frecuentemente esta preocupación social se ha desencadenado gracias al signo profético provocado por los que antes experimentaron la misión en su nivel antropológico. Y como estos mismos han dado una respuesta eficaz por propia iniciativa, reciben el respaldo social en forma de “envío” a seguir realizando esa respuesta, ahora ya de forma oficial.
La base social de la misión da origen al funcionariado. El funcionario es un enviado para resolver una situación social de necesidad. Pero cuando ha desaparecido la base antropológica, el funcionariado se reduce a una forma de ganarse la vida.
– En la misión lasaliana aparece enseguida su dimensión social cuando los representantes sociales comienzan a encargar a Juan Bautista de La Salle y los primeros Hermanos las escuelas, y los propios padres confían sus hijos a los Hermanos para que éstos los eduquen. En esos momentos, la educación desarrollada por los Hermanos a través de las escuelas es ya una misión social, y ellos pasan a ser funcionarios al servicio de esta sociedad.
Sin embargo, hay una diferencia esencial entre estos “funcionarios” (los Hermanos) y los otros funcionarios que se les oponen (los maestros calígrafos). Y es que éstos han perdido, o no han desarrollado, la dimensión antropológica de la misión, por lo cual lo que están haciendo se reduce a una forma de ganarse la vida. La diferencia entre unos y otros funcionarios no está primariamente en la tarea que realizan, sino en el lazo que une a cada uno de ellos con la tarea que realizan. Ese lazo es, en unos, el simple provecho personal; en otros, la respuesta a la situación de necesidad de los destinatarios.
Estas dos primeras dimensiones de la misión parecen fundamentales, especialmente en la sociedad secularizada en que frecuentemente se desarrolla hoy la misión lasaliana. En las obras educativas se encuentran agentes con diversas motivaciones, mentalidades y posiciones religiosas. Es fácil coincidir en una base común: la dimensión social de la misión educativa. Todos son enviados por la sociedad (responsables políticos, padres…) a desarrollar una labor educativa. Con título oficial o sin él, todos son funcionarios sociales. Desde esta base común hay que ayudar a descubrir y profundizar la raíz que da la vida a la dimensión social, y ésta es la dimensión antropológica de la misión.
Se trata de despertar y cultivar en cada educador la sensibilidad que le permita percibir como llamadas las necesidades de sus alumnos, y más en general, de los niños y jóvenes especialmente pobres, y descubrir su tarea educativa como el arte de dar la mejor respuesta posible a dichas necesidades.
3.3 Base evangélica y eclesial de la Misión.
3.3.1. El sentido evangélico de misión podemos verlo reflejado por Jesús mismo en la parábola sobre el dueño de la viña que, a lo largo del día, en diversas horas, sale a contratar obreros para su viña (Mt 20,1-16).
Los obreros reciben la “missio” del dueño de la viña: Id también vosotros a trabajar a mi viña. Dios es quien llama, la iniciativa es suya. La misión como tarea está simbolizada en el trabajo en la viña, pero también se identifica con la viña misma.
El documento Christifideles laici de Juan Pablo II (1988) toma esta parábola de los obreros de la viña como el hilo conductor de todo su discurso. ¿Quién es la viña, y quiénes los obreros?
“La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13,38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios.” (ChL 1.2)
“Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión a favor de la Iglesia y del mundo.” (ChL 2.4)
3.3.2. El sentido eclesial de misión está en continuidad con el sentido evangélico expresado en la parábola anterior.
El primer aspecto que debemos subrayar es el origen de la misión, de quién viene el envío y para qué es el envío. Pablo VI desarrolla el tema en un documento fundamental de la etapa postconciliar, Evangelii nuntiandi:
“- La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce…
Nacida por consiguiente de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por él. … Es ante todo su misión y su condición de evangelizador lo que ella está llamada a continuar. Porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma. … Es así como la Iglesia recibe la misión de evangelizar y como la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto.” (EN 15.2 y 3)
Jesús es, pues, el origen de la misión eclesial; ésta es, simplemente, continuación de la misión de Jesús, y esa misión consiste en evangelizar.
La misión es central en la identidad de la Iglesia. En realidad, es lo que justifica la existencia misma de la Iglesia:
“La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia. … Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar.” (EN 14)
Tradicionalmente se han empleado estos dos términos para especificar el objetivo de la misión eclesial: salvar y evangelizar. Pero es importante notar la amplitud que alcanza cada uno de ellos según los entiende la Iglesia en su reflexión desde el Concilio Vaticano II: «Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. … El hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y concien¬cia, inteligencia y voluntad…» (Vaticano II, Gaudium et spes 3).
“La evangelización,… es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado.” (EN 24)
Juan Pablo II dirá que esa misión tiene como finalidad “dar a conocer a todos y llevarles a vivir la ‘nueva’ comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo” (ChL 32,4).
Se trata, pues, de un proceso muy amplio, abarca muchos aspectos que hay que tener presentes y que nadie puede desarrollar por sí solo:
“Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla.” (EN 17.2)
La identidad de la Iglesia se forja en el dinamismo establecido entre estos dos polos: evangelizar y ser evangelizada. Y en ese dinamismo se ven envueltos todos los miembros de la Iglesia, la cual se presenta a sí misma como una comunidad que intenta ser evangelizadora y evangelizada al mismo tiempo:
“Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizar a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.” (EN 15.4)
Situada dentro de ese dinamismo la Iglesia se reconoce como “depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada” (EN 15.5), y con esa conciencia, “enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, … les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar.” (EN 15.6)
La misión se desplegará de diversas formas, en una gran variedad de servicios y ministerios, pero siempre será la única misión de la Iglesia: “Hay en la Iglesia variedad de ministerios, pero unidad de misión” (Vaticano II, Apostolicam actuositatem 2.2).
La misión eclesial es misión de todos y de cada uno, y en ningún caso puede tratarse de una labor individualista: “Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial” (EN 60).
3.3.3. En este marco conceptual de la misión eclesial situamos la misión lasaliana. Quienes participamos en esta misión recibimos el envío de la Iglesia, y a través de ella, de Jesucristo mismo, enviado del Padre (cf. Meditaciones de SJBS para el Tiempo del Retiro, en especial 195.2, 201.2)
La misión educativa lasaliana es una misión eclesial porque es una participación en la misión salvadora y evangelizadora de la Iglesia. Se complementa con el resto de la misión eclesial, como una parcela de la única viña (cf. MR 199.1). Ella contribuye eficazmente a la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, como lo afirma repetidamente su Fundador (cf. MR 193.3; 198.3; 199.1.3; 200.1, …)
Las tareas concretas que componen la misión educativa lasaliana, desde la más “profana” hasta la más “religiosa”, forman parte del único proceso de evangelización y pueden ser calificadas legítimamente de “tareas eclesiales”. En este único proceso se reúnen e integran las bases o dimensiones a que nos hemos referido: antropológica, social, evangélica, eclesial.
3.4 Misión única, misión compartida.
3.4.1. La misión eclesial es compartida.
Teniendo de fondo la parábola de los trabajadores de la viña, tratemos ahora de captar el sentido de otra característica esencial a la misión eclesial, y por tanto también a la misión lasaliana: es una misión compartida. No se trata de algo añadido, sino de algo que le es propio.
La llamada y el envío (primer concepto de “misión”) llevan consigo el reconocimiento de una serie de cualidades y habilidades que hacen apto al sujeto para el encargo que se le encomienda. El enviado se prepara también adquiriendo recursos y conocimientos que le permitan cumplir con éxito la tarea encomendada. En este sentido, el enviado – persona, grupo, institución – puede convertirse en intermediario para otros, al aceptar compartir esa riqueza con la cual sirve a la misión.
Bajo esta perspectiva, la “misión compartida” comienza con el reconocimiento mutuo entre los enviados y, como consecuencia, el compartir entre sí aquello que a unos y a otros les ayuda a ser fieles al envío recibido.
Los enviados a la misión se encuentran en “la viña” con otros enviados, otros obreros. No les corresponde a ellos decidir si comparten la misión (el trabajo en la viña) con otros obreros. Es el Dueño de la viña quien ha enviado a unos y a otros, es el que llama a trabajar en la viña, y lo hace como quiere, cuando quiere, a quien quiere. La misión es compartida, primeramente porque esa es la voluntad del Dueño de la viña.
Al trabajar en la viña, al encontrarse unos con otros, al reconocerse enviados, se dan cuenta que han de hacer “juntos” la tarea. “Juntos” significa ponerse de acuerdo, colaborar y ayudarse, sentirse corresponsables… La misión les lleva a la comunión. Los resultados en la misión dependerán de la calidad de lazos de comunión que los obreros han creado entre sí.
3.4.2. Misión compartida lasaliana.
Tal como hoy la conocemos, la misión compartida lasaliana comienza cuando los primeros enviados, los Hermanos, reconocen que otras personas con identidades diferentes son también llamados por el Dueño de la viña con el mismo encargo, “el servicio educativo de los pobres”. Y en consecuencia aceptan compartir el carisma que les capacita para la misión, la espiritualidad que le da sentido, la herencia histórica que comienza con el Fundador y sus escritos, la cultura que se ha ido fraguando… Los Hermanos se han hecho así mediadores del Espíritu para la transmisión del carisma lasaliano. Luego viene la reciprocidad, porque los nuevos enviados también comparten sus dones con los primeros.
En esta participación recíproca de dones se desarrollan los itinerarios personales de los “enviados” y la identidad lasaliana colectiva.
Simultáneamente, al encontrarse juntos en la misión o tarea lasaliana, los enviados lasalianos se dan cuenta que la misión les llama a la comunión. No pueden limitarse a hacer “equipos de trabajo” porque la tarea que tienen encomendada es construir la comunidad humana con los niños y jóvenes, es introducirles, especialmente a los pobres, en las relaciones comunitarias de los hijos de Dios, es ofrecerles la acogida de la comunidad eclesial. Esa misión o tarea les exige a ellos mismos vivir y desarrollar la comunión, en las diversas formas de comunidad que la iniciativa y la generosidad de unos y otros, animados por el Espíritu, inviten a construir.
3.5 COMUNIÓN: Fuente y fruto de la misión.
3.5.1. Eclesiología de Comunión.
Misión y comunión son dos conceptos que deben ser vistos en relación el uno al otro si se quiere comprender su significado en el marco eclesial, y para poder comprender a su luz el sentido de la Asociación lasaliana.
Ambos conceptos se integran en la “eclesiología de comunión”, que es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio (cf. ChL 19.1). Misión y comunión son las dos dimensiones esenciales de la fe cristiana; nos permiten entender, o más bien, introducirnos en la identidad o misterio de la Iglesia. “Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la “identidad” de los fieles laicos” (ChL 8.6) como de los demás miembros de la Iglesia.
La reflexión eclesial en los 40 años que han seguido al Concilio Vaticano II ha sido una profundización hecha en espiral a partir de estos dos ejes, Misión y Comunión, para poner de manifiesto la identidad de la Iglesia y de sus fieles.
El momento culminante de esta reflexión probablemente esté en torno al documento de Juan Pablo II, Christifideles laici (1988), que siguió al Sinodo de los Obispos de 1987 sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. El contenido central del misterio de la Iglesia, es decir, “su identidad más profunda” (EN 14), se identifica como “Iglesia-Comunión”. Este es el contenido central de la evangelización, “del designio divino de salvación de la humanidad” (ChL 19.4).
Y aquella tensión de “evangelizar y ser evangelizada”, de que hablaba Pablo VI en Evangelii nuntiandi, se concreta ahora en el dinamismo establecido entre misión y comunión, en una relación íntima, donde la una no puede existir sin la otra, y donde la una se convierte en la otra y recíprocamente:
“La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión.” (ChL 32.4)
La comunión no queda, pues, encerrada en el interior de la Iglesia sino que la desborda y se hace misión:
“Por su parte, la Iglesia sabe que la comunión, que le ha sido entregada como don, tiene una destinación universal. De esta manera la Iglesia se siente deudora, respecto de la humanidad entera y de cada hombre, del don recibido del Espíritu que derrama en los corazones de los creyentes la caridad de Jesucristo, fuerza prodigiosa de cohesión interna y, a la vez, de expansión externa.” (ChL 32.4)
Comunión y misión forman conjuntamente el ambiente vital que reúne a todos los fieles y depende de todos. En este ecosistema de la Iglesia-Comunión cada uno de los componentes vive en relación a los otros, sin perder su especificidad, la cual es riqueza para todo el conjunto:
“En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común –mejor dicho, único – su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio.” (ChL 55.3)
3.5.2. Espiritualidad de Comunión.
La reflexión que ha seguido con los Sínodos en torno a los diferentes estados vida en la Iglesia ha profundizado en el misterio de la Iglesia-Comunión.
“Vita consecrata” (1996) añadía el concepto de “espiritualidad de la comunión”:
“El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión.” (VC 46)
Y el documento Novo millennio ineunte con el que Juan Pablo II saludaba la llegada del nuevo milenio desarrollaba este concepto, proponiéndolo como “principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.”
“Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’…
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios. …
En fin, espiritualidad de la comunión es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2). …” (NMI, 43)
Esta espiritualidad es como la sangre que corre por las venas de todo el cuerpo de la Iglesia para llegar a todos sus miembros. De ella toma fuerza el gran reto que Juan Pablo II ha propuesto a toda la Iglesia como culmen y consecuencia práctica de esta reflexión sobre la Iglesia-Comunión:
“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.” (NMI 43)