Uno de los momentos más interesantes de la Asamblea Continental celebrada en Madrid los días 23 y 24 de octubre de 2004, lo vivimos en la mañana del 24.
Estábamos discutiendo, párrafo por párrafo, el nuevo texto del Estilo de Vida presentado por los hermanos de la Fraternidad de Barcelona, cuando de pronto se nos hizo patente una carencia : No había ningún párrafo que tratara sobre el Signum Fidei en su ambiente familiar. Una discusión rica y nutrida calentó el ambiente de la Asamblea y todos aprobamos la proposición que hicieron los hermanos Signum Fidei italianos: Hay que colmar este vacío redactando unos artículos sobre la vida del Signum Fidei en su familia. El grupo de Barcelona aceptó completar , en este sentido, el Estilo de Vida que será presentado a la Asamblea Internacional de la Fraternidad Signum Fidei en Roma (19 marzo/02 abril 2006).
Durante esta discusión nos dimos cuenta también que la inmensa mayoría de los textos redactados para los miembros de la Fraternidad, provenían de los Hermanos Asesores. Los seglares apenas escribíamos. Constatamos un gran desequilibrio sobre este punto. Muy acertadamente, el Hno. Víctor Franco, Asesor mundial, tomó la palabra invitando, a los seglares miembros de Signum Fidei, a colmar este déficit, y añadió que con gusto publicaría en el Boletín de fin de año las comunicaciones que le llegaran. Este es el motivo por el que me he decidido a escribir lo siguiente:
En el salón de mi casa tengo un cuadro de la Sagrada Familia de la escuela del Cuzco (Perú). Lo considero como un signo de fe dirigido a todos los que nos visitan. Con cierta frecuencia la contemplación de este cuadro alimenta mi meditación.
Jesús pasó la casi totalidad de su vida terrestre en el seno de su familia en Nazaret, en donde « El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduria, y la gracia de Dios estaba en El ». (Lc.2, 40) Los Evangelios cubren con un púdico velo todos estos años de la infancia, adolescencia y edad madura del Señor, que se ha convenido en llamar la vida oculta de Jesús y de la que San Lucas nos dice que « vino a Nazaret, les estaba sujeto (a sus padres) y su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres » (Lc.2, 51-52). Es el período más largo de su vida y el que más se parece a nuestra vida en el seno de nuestras familias, llena de ocupaciones sencillas, repetitivas y de una banalidad desconcertante. La Santísima Virgen y el gran San José, como les llamaba San Juan Bautista de la Salle, vivieron con Jesús lo que nosotros hemos vivido y vivimos con nuestros hijos : cambiar los pañales, levantarse por la noche porque el niño llora, mecer la cuna para que el hijo se duerma, tejer y preparar la ropa para que no tenga frío, lavarlo, enseñarle a andar, escuchar embelesados sus primeras palabras, trabajar cada día para ganar su sustento, enseñarle los buenos modales, cocinar todos los santos días del año para darle de comer…Sí, todo esto y mucho más, si creemos que Jesús fue verdadero hombre y Dios verdadero.
Personalmente he tenido que hacer un gran esfuerzo para ir descubriendo, poco a poco, los detalles de la humanidad de Jesús, y es en la meditación de su vida oculta cuando lo he sentido más cercano de mí. En la oración me he dado cuenta que José y María me habían precedido en la difícil y fascinante aventura de educar a un hijo. Contemplando la vida cotidiana de la Sagrada Familia en Nazaret, he sido consciente de que la primera obligación del Signum Fidei es la de ser signo de fe en su hogar. Que la fe le rezume por todos los poros de su vida, tejida de actos repetitivos, insignificantes algunos de ellos, pero necesarios y que forman parte de « su terrible cotidiano ». Creo que un aspecto primordial de la vocación del Signum Fidei, que ha formado un hogar, es la de ser , en el corazón del mismo, un reflejo de lo que fueron José y María en su hogar de Nazaret. Es una exigencia del Misterio de la Encarnación.
Si los dos conyuges, marido y mujer, son miembros de Signum Fidei, esa vocación común les ayudará en la tarea de la educación de los hijos. Si sólo uno de ellos es Signum Fidei, tendrá que vivir su vocación teniendo en cuenta los centros de interés de la persona con la que comparte su vida. Eso exigirá un sincero diálogo para poder llegar a una profunda aceptación mutua, en el amor.
Con frecuencia, en mi vida familiar , me hago la siguiente pregunta : « ¿Eso que voy a realizar, va a ser, para los que me rodean, un verdadero signo de fe ? » En función de la respuesta, actúo o dejo de actuar. Nuestra vocacion de Signo de Fe en el seno de nuestras familias es más bien la de ser humildes luciérnagas del Espiritu que enhiestos faros que guían los navíos por el proceloso mar de la existencia. Esta es nuestra vida oculta sin protagonismos, humilde y sencilla, a ejemplo de la de la Sagrada Familia de Nazaret.
Estamos viviendo el tiempo del Adviento. Tiempo de espera gozosa del Niño que viene. « Rorate coeli desuper et nubes pluant justum » cantábamos en el introito del IV domingo de Adviento. « Cielos, haced venir al Justo como el rocío y que descienda de las nubes como lluvia bienhechora ; que la tierra se abra y dé nacimiento al Salvador ». El nacimiento de un hijo es el acontecimiento más grande en una familia. Así fue también para los padres de Jesús. Día de fiesta y de regocijo después de la larga espera. Llegó el misterioso fruto del amor, acogido por todos con alegría y acción de gracias. El día de Navidad celebramos, con la Virgen María y San José, la irrupción del Verbo de Dios hecho hombre, en nuestra Historia. Con este nacimiento la Sagrada Familia quedó definitivamente constituida, y empezó su vida a nuestro lado. El cielo y la tierra se alegran por el nacimiento del Emmanuel, del Dios con nosotros. Humildemente, con los sencillos pastores de Belén, vayamos a adorar al Niño Dios en el regazo de su Madre Santísima. Engalanemos nuestras casas, que estalle la alegría en nuestros hogares y que no falte, junto al árbol de Navidad, el tradicional Nacimiento, verdadero signo de fe para todos los que nos visiten.
« Como la Iglesia doméstica, la familia tiene la vocación de anunciar, de celebrar y de servir al Evangelio de la vida. Además, la familia celebra el Evangelio de la vida con la oración diaria, personal y familial: en la oración, ella alaba y da gracias al Señor por el don de la vida, y pide luz y fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la esperanza ». (Juan Pablo II)
Norberto Niubo S.F.