Una práctica de nuestra tradición
De haber una oración familiar a los lasalianos de todas las partes -Hermanos, asociados, maestros, alumnos y antiguos alumnos ésta es: “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios.” Esta oración -más bien, esta invitación- viene del mismo San Juan Bautista de La Salle, quien prescribió que se dijera en ciertos momentos de la jornada escolar. Es significativo que, en tiempos del Fundador, se usara en el ambiente escolar como recordatorio, normalmente proclamada por un alumno, para que maestros y alumnos se percatasen de la importancia de lo que estaban realizando en el centro educativo. Como tal, la fórmula no aparece en los ejercicios de piedad que el Fundador compuso para las oraciones de comunidad de los Hermanos. Razón de más para que pueda llegar a ser oración de cuño lasaliano para los asociados y colaboradores de los Hermanos, así como para los actuales y antiguos alumnos. Puede reportar algún beneficio, pues, tanto a los colaboradores lasalianos como a los Hermanos ir de nuevo a los orígenes de esta oración, ofrecer algunas reflexiones de la implicación teológica de lo que se nos pide “recordar” y, finalmente, algunas sugerencias prácticas para que la oración consiga su finalidad.
La oración es auténticamente lasaliana porque refleja tan perfectamente la peculiar espiritualidad de Juan Bautista de La Salle que podría decirse que La Salle era continuamente consciente de la presencia de Dios. Como Jesús mismo, se retiraba a menudo a la soledad para dedicar largas horas a la oración en la presencia de Dios, bien solo a altas horas de la noche o ante el Santísimo Sacramento, o durante sus frecuentes retiros espirituales. En una lista de resoluciones que hizo en una de tales ocasiones determinó que cada vez que viajara por primera vez a un lugar emplearía quince minutos concentrado en la presencia de Dios en aquel lugar. Cuando el Cardenal Arzobispo de París le amenazó con el destierro, no puso ningún reparo, diciendo que podía encontrar a Dios en todas partes. Vio la presencia de Dios en los acontecimientos que le afectaban, para bien o para mal, con su exclamación característica: “¡Bendito sea Dios!” En su lecho de muerte, adoró a Dios presente como su guía en todos los acontecimientos de su vida.
Si la vida del Fundador estuvo saturada de la conciencia de la presencia de Dios, igual fue la de los primeros Hermanos. La primitiva Regla de los Hermanos resaltaba la necesidad de atender a la presencia de Dios: “Estarán lo más atentos que puedan a la santa presencia de Dios, y cuidarán de renovarla de cuando en cuando; bien persuadidos de que no han de pensar sino en Él y en lo que les ordena; es decir, en lo concerniente a su deber y empleo.” (Regla de 1718. Capítulo 2, artículo 7). Y de nuevo: “Todos [los Hermanos] se arrodillarán para adorar a Dios presente, en todos los sitios de la casa, al entrar o al salir, excepto en el patio y en el jardín, como también en el locutorio…” (Ibíd. Capítulo 4, artículo 13). El Fundador consideró la presencia de Dios como uno de los sostenes interiores de su Instituto (Ibíd. Capítulo 16, artículo 8).
Se elaboró el horario de la comunidad para poner en práctica estos principios. Además de las oraciones vocales de la mañana y de la noche, y de una serie de oraciones al mediodía, los Hermanos dedicaban media hora antes de la Misa, por la mañana, y antes de cenar, por la noche, a la meditación. El Fundador instó a los Hermanos a iniciar estos momentos de oración poniéndose en la presencia de Dios y les ofreció seis modos de pensar en Dios presente: en un lugar,
1) porque Dios está en todas partes,
2) porque está presente en medio de los que están reunidos en su nombre; en nosotros mismos,
3) en cuanto no subsistimos sino en Dios,
4) por su gracia y por su Espíritu; en la iglesia,
5) porque es la casa de Dios,
6) por la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento. Dependiendo de sus posibilidades, La Salle sugirió que los Hermanos estuvieran atentos a la presencia de Dios por múltiples reflexiones, por pocas pero prolongadas reflexiones, o por simple atención, sin reflexiones. (Ver su Explicación del Método de Oración Mental, passim.)
Finalmente, la espiritualidad de La Salle, la suya propia y la que instó a sus maestros, fue especialmente atenta a la presencia de Dios en las personas, ante todo en ellos mismos, como se indicó antes, y después, de manera especial, en los alumnos confiados a su cuidado. El sello del Instituto, con la estrella y el lema Signum Fidei (Signo de Fe), es un recordatorio constante de la meditación del Fundador para la fiesta de Epifanía. Puesto que por la fe los Magos pudieron reconocer la presencia de su Rey y Dios bajo los pañales y las circunstancias humildes del nacimiento de Jesús, La Salle escribe: “Reconoced a Jesús bajo los harapos de los niños que tenéis que instruir; adoradlo en ellos.” De nuevo, en la introducción de las Reglas de Cortesía y Urbanidad Cristiana escribe:
“…[los maestros] les animarán [a los niños] a que no les tributen [a sus prójimos] tales muestras de benevolencia, de honor y de respeto sino como a miembros de Jesucristo y a templos vivos animados por el Espíritu Santo.”
Téngase en cuenta que los maestros a los que La Salle se dirigía eran hombres sencillos, apenas formados y sin la preparación académica exigida a los maestros de hoy. Eran jóvenes ocupados todo el día en la preparación de las clases, con obligaciones religiosas y manuales en la comunidad, y enseñando después en aulas que podían albergar hasta 80 ó 100 alumnos. A pesar de todo, La Salle no dudó en pedirles que hicieran de la presencia de Dios en la comunidad, en la escuela y en sus vidas su constante preocupación.
La espiritualidad lasaliana es siempre apostólica; realismo místico lo ha denominado Michel Sauvage. Lo que se experimenta a través del espíritu de fe desborda en celo para la misión. Así, la presencia de Dios recordada en la comunidad religiosa se esperaba que pasase a ser una invitación a recordar la presencia de Dios en la escuela cristiana. Los Hermanos traerían su propio sentido de la presencia de Dios a la situación escolar como algo que compartir.
En el contexto de nuestro conocimiento actual de misión compartida, se invita al maestro lasaliano a cultivar una conciencia de la presencia de Dios en su vida diaria.
El tan a menudo repetido “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios” es un recordatorio de que compartir la misión lleva consigo compartir una conciencia constante de la presencia de Dios, en cuyo nombre se lleva a cabo la misión. Es una invitación a poner a Dios en el centro de lo que ocurre en el despacho del director, en el aula, en las reuniones de profesores o en los encuentros lasalianos de todo tipo. Afortunadamente, el uso de esa oración parece estar más extendida ahora que en los últimos tiempos, uniendo a la generación actual de lasalianos con las generaciones que respondieron a la invitación a lo largo de más de 300 años.
El problema de cualquier fórmula repetida tan a menudo es que pierde sentido y puede convertirse en algo parecido a un cliché.
Que se pida que recordemos la presencia de Dios es un reto real que no puede tomarse a la ligera o tratado como simple rutina. Pensar en ello un momento podría abrir las implicaciones de lo que una exhortación tan breve nos está pidiendo.
Acordémonos. La palabra “acordémonos” supone que uno no está invocando la presencia de Dios por primera vez. Implica que hemos olvidado algo y que, por supuesto, nos ha ocurrido. En la tarea de dirigir una clase o una escuela, con las prisas de llegar a tiempo a una reunión de profesores o mientras nos preparamos para participar en un taller, Dios a duras penas puede estar en el centro de nuestras preocupaciones más inmediatas. Una pausa, pues, para recordar qué y Quién son centrales en todo el asunto.
Estamos en la santa presencia. “Nosotros” significa cada uno de nosotros, individualmente, y en conjunto, como comunidad. “Nosotros” implica también que somos personas y, por tanto, la presencia es una presencia personal. Presencia personal difiere del modo como estamos ante las cosas (lo que nos rodea) o, incluso, ante otras personas con las que no existe una relación personal (una multitud, por ejemplo). Nuestra conciencia de la presencia de Dios es del tipo de presencia de persona a persona que Martín Buber denominaría encuentro Yo – Tú. Y la presencia es santa, en otra palabra “impresionante,” porque la persona ante la que estamos presentes es santa y nos hacemos santos al recordarlo.
La santa presencia de Dios. A nosotros, limitados en el espacio y el tiempo, se nos pide que captemos en la fe y experimentemos como real la presencia de Dios, que supera el espacio y el tiempo; el Dios presente no sólo a nosotros, sino a la creación entera de Dios; el Dios, que es un misterio absoluto y, al mismo tiempo, está en la base misma de nuestra existencia; el Dios, cuyo mismo ser se comunica gratuitamente a nosotros, criaturas racionales de Dios. Recordar la presencia de Dios en ese sentido nos pone en contacto con la fuente de nuestra identidad como personas humanas, y con el objetivo último, que es nuestro destino eterno.
Así la invitación a recordar la presencia de Dios es una invitación a hacer teología. La teología no es sólo para profesionales. La teología es reflexión (logos) sobre el misterio de Dios (Theos). La teología, en este sentido amplio, no requiere formación seminarística o un título académico. La teología puede ser sofisticada (Kart Rahner) o ingenua (un niño escribe cartas a Dios); bíblica (Padre, Hijo Encarnado, Espíritu Santo) o magisterial (Credo de Nicea); intelectual y objetiva u orante y personal. Sin embargo, ninguna de estas teologías puede adecuarse a la realidad de Dios, que es su objeto. Incluso así, la invitación a recordar la Presencia de Dios es una invitación a reflexionar sobre quién es Dios, en cuya presencia nos hallamos. ¿Quién es Dios como tal? ¿Quién es Dios para mí? ¿Para todos nosotros cuando nos reunimos en un encuentro lasaliano? ¿Y para los alumnos que se nos confían en la misión lasaliana? Tal es el reto cuando utilizamos las palabras “presencia” y “Dios” al mismo tiempo. Exige un cierto tipo de preparación y esfuerzo si esas palabras han de ser ocasión de una genuina experiencia religiosa.
Esto da pie a algunas cuestiones prácticas sobre el uso de esta oración que los lasalianos, que la utilizan tan a menudo, podrían querer analizar. La principal cuestión hace referencia a la cantidad de tiempo y energía espiritual necesaria si esperamos experimentar alguna vez la fe de que estamos verdaderamente en la presencia de Dios. Parece que algunas prácticas que se han establecido en el uso de esta oración son contrarias a su efecto pleno.
La mayor parte se refieren a la práctica de responder con una respuesta verbal a la invitación. En algunos países europeos la respuesta ha sido “adorémosle” (et adorons-le), un añadido que no figura en tiempos del Fundador. En, al menos, un distrito de Estados Unidos, la respuesta va seguida inmediatamente de la señal de la cruz, aunque la práctica original en las escuelas era hacer la señal de la cruz antes de la invitación de recordar la presencia de Dios. Últimamente, en algunos lugares, puesto que la fórmula es tan familiar, se ha adoptado el formato versículo-respuesta: V) “Acordémonos” R) “De que estamos en la santa presencia de Dios.” El problema de todas estas prácticas es que evocan una respuesta vocal inmediata que puede dejar poco tiempo – en algunos casos, nada- para reflexionar sobre lo que se recuerda.
Para los lasalianos de hoy, quizás el mejor modelo de esta oración tradicional es lo que con el tiempo se ha conocido como la oración de “la media”. En las escuelas, la oración de “la hora” empezaba con la señal de la cruz, la invitación a recordar la presencia de Dios, y le seguía algún tipo de oración vocal. En la oración “de la media,” por contraste, sonaba la campana, se expresaba la invitación y seguía un momento de silencio. Esta práctica parecería más adecuada al acto de la invitación, para dar tiempo a adentrarse en la impresionante realidad y hacerla verdadera oración en contacto personal con Dios. Esto sería similar al consejo dado al celebrante en la liturgia de que, antes de expresar el contenido de una oración, haga una pausa para la reflexión silenciosa después de la invitación “Oremos” (Oremus). En estos casos, el silencio es, verdaderamente, de oro.
La pausa silenciosa después del lasaliano “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios” podría tener, como variación, periodos más largos o más cortos, dependiendo de las circunstancias.
En el aula, la pausa tendría que ser relativamente corta. Pero en momentos de oración, en encuentros lasalianos o en la oración de comienzo en reuniones oficiales, podría ser más prolongada, terminando sencillamente con el “Viva Jesús en nuestros corazones.” Podría incluso explicitarse y hacerse más específica. Por ejemplo, después de la invitación inicial y de la adecuada pausa, el presidente podría decir: “Acordémonos de la presencia de Dios en esta sala o en esta asamblea.” Incluso, mejor: “Acordémonos de la presencia de Dios en cada uno o en alguna persona de esta sala; o incluso, en uno mismo.” Tales cambios ayudarían a vencer la rutina, siempre que la invitación inicial a recordar la presencia de Dios viniera seguida de un periodo apropiado de silencio.
Finalmente, recuérdese que si esta invitación lasaliana tradicional ha de ser verdaderamente una experiencia de la presencia de Dios, no puede confiarse sólo en la ingenuidad y en el esfuerzo humanos. A la larga, toda experiencia de oración depende de la iniciativa y de la acción del Espíritu de Dios dentro de nosotros.
Y una vez que el Espíritu nos ha dispuesto a rezar en la presencia de Dios, el mismo Espíritu dará eficacia a nuestro trabajo en la misión lasaliana. Como La Salle mismo nos recuerda en su meditación de Pentecostés, “Vosotros ejercéis un empleo que os pone en la obligación de mover los corazones; y no podréis conseguirlo sino por el Espíritu de Dios.”
Luke Salm, FSC
8 de septiembre de 2004