“LLAMADOS A VIVIR LA FRESCURA DEL EVANGELIO EN COMUNIDAD”

image_pdfimage_print

“Llamados a vivir

la frescura del Evangelio en comunidad

 Queridos Hermanos, Asociados seglares y amigos lasalianos:

 Os expreso un saludo fraterno y entrañable, a la vez que le pido al Dios de la Vida que nos siga guiando por los senderos donde germinan su misericordia y su bondad de Padre (cf. Sal 25), un camino donde brota la justicia. Asimismo, quiero manifestar, con todos vosotros, la confianza fraterna que provoca compartir y descubrir juntos el camino de encuentro común en la vida y en la misión que estamos intuyendo como Distrito. Y, en este tiempo particular, os invito encarecidamente a que revitalicemos los resortes de creatividad que nos hablan de esta nueva vida, porque Él “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10,10).

 Quiero titular este mensaje con una expresión sabia y profética de nuestro Papa Francisco. En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, nos escribe: «Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (EG 11).

 De ahí, que os anime a entrar y a vivir este curso, bajo la siguiente motivación: Hermanos, amigos y asociados a la misión y a la vida que nos convoca, somos «Llamados a vivir la frescura del Evangelio en comunidad«.

 En el trasfondo de todos sus mensajes, alocuciones, encuentros, y de su programa renovador, el Obispo de Roma nos anima a centrar nuestras vidas en Jesús, el Hijo único del Padre, que nos muestra el rostro verdadero de Dios y nos indica cómo nos quiere y cómo construir un mundo más humano, más hermano, tejido al calor de su Palabra

 Una Iglesia –una comunidad, una escuela, una familia– enraizada en el Evangelio de Jesús, que hable de Jesús, de su vida y de su mensaje, con sus gestos y puesta en el camino, que se arrodille y se ponga el delantal para servir a los más pequeños.

Una comunidad de los pobres, una Iglesia pobre.

Una comunidad que revele la misericordia y la ternura del Padre, siempre con los brazos abiertos, oteando los horizontes de los hombres y mujeres que vuelven y buscan el perdón y la reconciliación.

Una comunidad que apuesta por la cultura del encuentro, sin pedir carnet de afiliación, expuesta a la inclusión y en búsqueda de un mundo de todos, casa de todos, que pondera lo distinto, lo diverso, lo singular, la riqueza de lo complementario…

Una comunidad en salida, atenta a los clamores de los más vulnerables, siempre en éxodo, en búsqueda comunitaria de la tierra prometida…

Una comunidad cuyos líderes y estructuras huelan a oveja, vivan entre la gente, y se sienten en la mesa para compartir la vida y las ocupaciones de sus hermanos y hermanas.

Una comunidad «pecadora» que busque el perdón. Una comunidad misionera que se manche en el barro de la cotidianidad y de los problemas de los hermanos que sufren… Una comunidad de Mateo 25… Una comunidad de los cruces de caminos y las posadas de los peregrinos y de los caídos. Una comunidad de los brocales de pozos, junto a los que buscan y los sedientos de vida.

¡Esta es la llamada! y que queremos traducirla en nuestras vidas: Recuperar la frescura del Evangelio, encontrando nuevos caminos, recreando las estancias de nuestros espacios humanos; una llamada a salir de las propias comodidades y atreverse a llegar a las periferias que necesitan el abrazo fraterno y la luz de la Buena Noticia. Así, con firmeza y sencillez, nos alega que «la Iglesia (la comunidad) ha de llevar a Jesús: este es el centro de la Iglesia, llevar a Jesús. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, esa sería una Iglesia muerta» (octubre 2013)

 Esta es la primera pista en este camino compartido: ¡Tenemos que volver a Jesús! Él es el primero y el más grande evangelizador, el que puede renovar nuestra vida y nuestra Iglesia -nuestra comunidad-, el que da sentido siempre nuevo a nuestro lenguaje, a nuestros gestos, a nuestros esquemas, a nuestras propuestas…. a nuestras relaciones.

 Volver a Jesús es una llamada a volver al primer amor; una llamada a la conversión, al Evangelio de Jesús y al Jesús del Evangelio, más allá de nuestras certezas, seguridades, convicciones y rutinas…

Volver a Jesús significa volver a la fuente, a lo más genuino de nuestra historia, al corazón de nuestra historia que es donde habita Dios.

Volver a Jesús es dejar espacio al Espíritu, que sea Él quien airee nuestras casas, nuestras comunidades, y la impregne del buen olor a Evangelio vivido y oxigenado en los poros de nuestras fraternidad.

Volver a Jesús es seguirle a Él, recuperar los entramados y tejidos del sermón de monte, de nuestras “Galileas y Betanias”, de los encuentros en las periferias, de proponer viviendo la novedad siempre conflictiva y desafiante del reino; es poner el mundo desde el Dios del mundo.

Volver a Jesús nos pone en salida, nos moviliza a relacionarnos de una manera siempre nueva con Él, desde su compasión, porque Él es nuestro Señor, nuestro único maestro… Es una invitación personal e íntima -a cada uno- de vivir el discipulado de su Reino.

 Una segunda pista en este caminar: «Estanos llamados a vivir la frescura del Evangelio -la vuelta a Jesús- en Comunidad.

  •  Una Comunidad siempre a la escucha de la Palabra y de las insinuaciones del Espíritu, que desaprende todo aquello que ya no es reflejo de la frescura que nos brinda el Evangelio como respuesta sanadora y samaritana para nuestro mundo.

  •  Una Comunidad que aprende, cada día, en cada encuentro, en cada respuesta, en cada llamada, en cada desafío, el estilo de vivir de Jesús, su modo de estar en el mundo, su confianza en el Padre, su forma de acercarse al sufrimiento de sus hermanos, su manera de interpretar y construir la historia, su forma de hacer más humana y fraterna la humanidad.

Jesús nos llamó y nos sigue llamando a visualizar el rostro paterno y misericordioso del Dios del Reino y la verdadera justicia del Reino de Dios. Una llamada con los hermanos; una llamada comunitaria, desde la simplicidad del Evangelio, a proclamar la fuerza de nuestra fraternidad. Es la llamada urgente que nos ha pedido el Sínodo sobre la Nueva Evangelización: «Ser testigos de la fuerza humanizadora del Evangelio a través de nuestra vida fraterna«.

 Dejemos que el icono bíblico de Betania recree nuestras comunidades, nuestras familias y nuestros espacios de misión:

 Ver en Betania el lugar privilegiado y amigo de Encuentro con Jesús. Jesús acudió a casa de sus amigos.

Un espacio que clama vida frente a la muerte; en búsqueda de sentido, y atenta a los clamores heridos del mundo.

Ser, como Betania, casa de encuentro, una comunidad de amor y corazón de humanidad.

Betania nos urge ver los signos de vida que hay a nuestro alrededor y «salir de nuestros sepulcros». Tenemos que apuntar a una vida que multiplica la vida, germinar como signos impredecibles del Reino. Necesitamos que Jesús nos coja de la mano para salir fuera de nuestros sepulcros, desatarse las vendas, comenzar a andar y agradecer la vida nueva que recibimos.

Por tanto, es urgente dar el paso hacia nuestras Betania, y hacerlo en compañía de Jesús, Marta, María y Lázaro, y aprender a resucitar.

Somos llamados a vivir la frescura del Evangelio de Jesús en Comunidad.

Hermanos y amigos: Se nos presenta un curso conmovedor que reivindica despertarnos y ubicarnos en una mirada universal y nos haga capaces de abrir caminos a la justicia y a la misericordia. El lema «Es justo y necesario» es una invitación explícita, personal y comunitaria, a salir al encuentro de los demás, a permanecer abiertos para sentir y escuchar la realidad sufriente de nuestros hermanos y hermanas como la nuestra propia, y a compartir, en diálogo, los desafíos que recreen una nueva humanidad.

 El Reino de Dios, que es el proyecto del Padre Bueno, se construye en la búsqueda de una vida más digna, justa y humana para todos sus hijos e hijas: «Buscad, ante todo, el reinado de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura. Así pues, no os preocupéis del mañana, que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema» (Mt 6, 33) No lo dejemos pasar. Este es nuestro sueño, nuestro don, nuestra misión.

 Comparto con vosotros mi oración, y que se convierta en nuestra plegaria comunitaria:

 Señor, que nuestras comunidades

sean espacios donde germine la sencillez de nuestra humanidad;

donde cada hermano crezca con sus dones y fragilidades;

donde habite lo diferente, lo único y singular, lo igual y armónico…

Haznos dóciles a tu Palabra,

semilla de fraternidad…

del consuelo…

de la compasión…

de la misericordia…

Que mi comunidad

sea la casa de los abrazos a la vida,

que apueste por los más pequeños.

Que nuestra comunidad

sea el santuario de la verdad y del misterio de cada hermano;

que nuestra comunidad esté abierta al cobijo de todos;

una comunidad a la intemperie,

una comunidad en salida,

a pie de calle,

allí donde urge una palabra,

una mano que levante,

una mirada cómplice,…

atenta a los clamores y a los silencios de un mundo en búsqueda…

Señor,

que nuestra comunidad sea tu Comunidad,

Buena Noticia de tu Vida,

porque es tu Casa, donde tú habitas,

y nos acoges.

 Hermanos y amigos: Es tiempo de volver a nuestra Galilea, allí donde la vida fluye y se nos regala el milagro de los encuentros. Que seamos parábolas y milagros que cuenten la posibilidad de una Nueva Humanidad, porque Él está con nosotros y nosotros con Él.

Un saludo fraterno, en unión de corazones y oraciones

Juan González Cabrerizo

Visitador Auxiliar Distrito ARLEP

Sector Andalucía

Fraternidad Signum Fidei