Una mirada de fe, una respuesta de amor

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hno. JuanUna mirada de fe,
una respuesta de amor

“Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; pero hacedlo con dulzura y respeto” (1Pe 3, 15-16).

Hemos finalizado el Año de la Fe. Ha sido un año memorable y muy significativo en los diversos acontecimientos que hemos celebrado y presenciado como comunidad eclesial. Se ha conmemorado el cincuenta aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, y hemos sido privilegiados espectadores al vivir el insólito evento de “los dos Papas”: la renuncia del Papa emérito Benedicto XVI y la elección del nuevo Papa Francisco, no europeo. Así, en el mes de octubre, como broche para cerrar este año dedicado a reavivar el don de la fe, hemos asistido a la Beatificación de nuestros Hermanos Mártires. ¡Todo un privilegio! Con certeza, el regalo de su gracia sobreabunda en nuestra historia común. Y, por último, no quisiera obviar la inminente presentación de la primera Exhortación Apostólica de SS el Papa Francisco, “EVANGELII GAUDIUM” (La alegría del Evangelio), sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual.Todo un programa de vida para comenzar este nuevo año.

Sinceramente, creo que ha sido un tiempo único, lleno de sencillos gestos y de palabras fecundas” que han dado paso a algo nuevo. Se han reactivado los ánimos –y las ánimas- y nos ha reorientado en el mundo con otra mirada. Una mirada de hermanos, profundamente humana, que rezuma misericordia y esperanza.

Hermanos, asociados, amigos y compañeros que compartimos la vida y la misión: Estamos a las puertas de un nuevo año litúrgico, que se inicia con el tiempo de Adviento. La pedagogía pastoral de la Iglesia nos lleva a tocar y explorar plenamente la hondura de nuestra experiencia humana a la luz de la única historia de salvación: La Promesa de Dios hecha vida en su Hijo Jesús. No es simplemente un ejercicio para hacer presente el recuerdo de una historia pasada, sino la propuesta de recrear nuestra humanidad a la luz del misterio de Su vida. Es la experiencia prodigiosa del Encuentro que nos sumerge en la vida y en la muerte de Jesús, como Proyecto de Dios, como proyecto de la nueva humanidad. Él es el centro de nuestra historia humana de salvación y es Quien realmente nos acompaña a través del tiempo, siempre a la manera de Dios, bajo la atenta mirada de su gracia y su misericordia.

El tiempo de Adviento es el tiempo de la espera, de la incesante e inquietante búsqueda y encuentro con Dios Padre-Madre. Es el tiempo que nos hace pensar, mirar, pararnos, avivar, recordar, discernir… dónde se encuentra lo realmente importante en nuestras vidas, que nos ayuda a resituarnos, año tras año, en la autenticidad de nuestra propia humanidad. ¡Dios está presente en nuestro mundo!

El Adviento nos ubica en “la hospitalidad del Encuentro”, que reaviva nuestra capacidad de espera, frente a toda desolación y vacío. Un Dios que se encarna –se hace carne- en la debilidad de nuestra fingida humanidad. Ésta es la profecía que quiere habitar y sobrecoger nuestra fe y nuestra esperanza como personas, como creyentes: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,3-6a)

Sí. Esperamos a Jesús. El acontecimiento de su venida –La Encarnación- nos lleva a desplegar nuestros sueños posibles, a abrir puertas y ventanas de par en par, que oteen el horizonte de una esperanza viva, y expuestos a los aires nuevos y frescos que nos trae el Espíritu. “Allanad el camino”, “estad vigilantes”,.. Jesús quiere nacer en nuestra realidad, en nuestra pobre humanidad. Él es el Dios-con-nosotros. Aquí reside la alegría de nuestra espera, donde se manifiesta la luminosidad de nuestra mirada de fe y brota la gratuidad de nuestra fraternidad.

¿A quién esperamos? ¿Cuál es el origen y la causa de nuestra espera? ¿Cuál es el fundamento de nuestra alegría y quién la fundamenta? ¿El Salvador que nos nace es el que camina por Galilea, apuesta y está al lado de los desfavorecidos, habla en parábolas y realiza milagros de vida, se dirige hacia Jerusalén, es crucificado y muere por nosotros, Dios Padre le resucita y nos regala la presencia continua de su Espíritu? ¿Desde dónde alimentamos nuestra experiencia de fe? ¿Quién la alimenta? ¿Ésta es la razón de nuestra esperanza?

“Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”. Creo que cada año litúrgico nos ofrece la oportunidad de renovar la vida, y nos sitúa a cada uno, como proyecto único y amado de Dios, en las claves de su novedad: Un Padre Bueno que se sigue dando apasionadamente por sus hijos e hijas. La esperanza es la virtud que nos hace vivir en la confianza de este Amor dado, sin medida ni límites, a manos llenas. Él viene siempre a nosotros. El habita en la profundidad de nuestra humanidad. Hagámosle huésped en nuestras formas y “haceres”. Nuestra vida –la de cada hombre y mujer de nuestro mundo- es el “hogar amado” de Dios, donde se escucha el latir de su corazón y su querer.

Asimismo, un principio de esta esperanza que nace de la vida nueva es: Abrirnos al Dios de la Vida, en la pasión fraterna por nuestro mundo. Este tiempo de Adviento –tiempo de espera y de esperanza- nos invita a mirar, pensar, hablar, sentir y vivir en futuro, en búsqueda de nuevos tiempos que reafirmen que de ahora en adelante las cosas tendrán una proyección nueva e integradora. Se convierte en un tiempo oportuno donde desaparecen las tristezas y renacen las esperanzas. ¡Llega nuestra salvación! ¡Hay un futuro real y posible que se encarna en lo concreto y particular de nuestro presente! Porque la esperanza cristiana es algo más que una simple mirada en creer en ese futuro. Consiste, ni más ni menos, en la exigencia entrañable de transformar históricamente las relaciones entre todos los seres humanos: La Fraternidad universal. Los cristianos somos testigos de esta Promesa que sueña y despierta novedades en la
historia. Somos testigos de la dulzura y la ternura de Dios (cf. 1Pe 3, 16). Esa es la razón de nuestra esperanza. La esperanza es un bien comunitario, y tiene sentido cuando es un sueño común.

Sin embargo, somos conscientes de “las constantes vitales” que presenta nuestro mundo. Sabemos de sus cansancios, precariedades, desolaciones, riquezas y desventuras. A pie de calle, en la calzada y en las cunetas –en lo cercano y en la lejanía- se ven historias de ida y vuelta que vagan angustiadas por un presente sin mañana, en búsqueda del sustento de cada día. Hermanos y hermanas que viven en el silencio, “indignados”, agarrados a la mendicidad de una sociedad sin escrúpulos, ni responsabilidades. Y es en este mundo donde Dios se encarna y realiza su obra redentora. Este es nuestro mundo. Hoy, Dios nace en Filipinas, en Cerdeña, en Siria, Lampedusa… y en otros tantos “graneros y cuevas” alejados de nuestras comodidades insolidarias que dibujan nuestra aldea global. Miles de estrellas nos alumbran y señalan los caminos que llevan a los insólitos pesebres de nuestro mundo. No apartemos las miradas; alumbran con luz propia. Dejémonos guiar. Nos indican el camino a seguir.

Os invito a que este tiempo de Adviento sea un espacio de camino acompañado con nuestras gentes, los más pequeños e indefensos, que nos hagamos peregrinos “prójimos” y próximos, y les ayudemos a desvelar, con nuestras vidas, la historia creíble de una nueva humanidad.

Nuestro Adviento es un tiempo para: No dejar escapar ni malgastar la vida que brota en cada rostro humano; crear espacios de fraternidad, en búsqueda del sentir y apostar que otro mundo es posible, y gritar, proclamar y ofrecer juntos la esperanza profunda que nos habita; descubrir que la principal misión a la que somos llamados es la ser creadores y partícipes de un mundo más humano, más fraterno, signos visibles de la humanidad de Dios. La razón de nuestra esperanza es amar con entrañas de misericordia.

Abramos puertas y ventanas a esta esperanza, y vislumbremos juntos los caminos que nos llevan a la alegría de lo posible. ¡Jesús nace entre nosotros! Que esta sea la fuente donde brote nuestra solidaridad compasiva y nuestra misericordia fraterna. Sólo es posible en lo concreto y real de nuestras relaciones samaritanas. ¡Este es el proyecto común que nos convoca en comunidad! Que salgamos a la calle y anunciemos: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncian la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación…” (Is 52,7)

Que vivamos un Adviento muy humano y fraterno En común unión de corazones y oraciones
Vuestro hermano

Juan González Cabrerizo
Visitador Auxiliar Distrito ARLEP
Sector Andalucía

Fraternidad Signum Fidei