EL ESPÍRITU DE DIOS ES QUIEN ORA EN NOSOTROS
EL ESPÍRITU DE DIOS ES QUIEN ORA EN NOSOTROS
«En la oración no basta con haber atraído a sí a Nuestro Señor, haberse unido a Él y a sus santas disposiciones cuando oraba, y haberle pedido que ore en nosotros… conviene solicitarle, además, que nos infunda su Espíritu para no orar sino bajo su dirección,.. de manera que pueda ponerse en práctica lo que dice San Pablo, que es el Espíritu de Dios quien ora en nosotros…» (EMO 170).
¿Ponderan algunas veces qué felicidad supone la residencia en sus cuerpos del Espíritu Santo como en templo suyo, y asimismo que sea Él quien ora en ustedes y por ustedes… El Espíritu Santo que reside en ustedes, debe penetrar el fondo de sus almas: en ellas es donde particularmente tiene El que orar, y en lo íntimo del alma es donde este Espíritu se comunica y una a ella, y le da a conocer lo que Dios le pide para llegar a ser toda suya» (Med. 62,2,3)
Los textos citados y otros muchos del Fundador, nos hacen ver que en el fondo que el principio, el alma, el contenido y la dinámica de la oración lasallista es el Espíritu Santo. Es el Espíritu el don que permanentemente debemos pedir: «Obren de tal modo que todas sus oraciones… se realicen, más bien, por el movimiento del Espíritu Santo quien nos hace rezar mejor por sus gemidos inefables, que por lodos nuestros deseos naturales» (Colección 200).
Por eso la oración no debe consistir tanto en multiplicar las palabras, sino en entregarnos totalmente al Espíritu para que El mismo pida a Dios lo que nos convenga para nuestro bien personal y para el de aquellos de quienes estamos encargados. «Entréguense del todo al divino Espíritu para que pida a Dios por ustedes cuanto convenga al provecho de su alma y al de aquellas que tienen a su cuidado» (Med 62,2)
1.- DIMENSIÓN TRINITARIA
El Espíritu Santo está presente en el Método de oración en uno de los modos de ponemos en la Presencia de Dios: Dios presente en nosotros por su gracia y su Espíritu. «Dichoso aquel que ya no vive ni obra sino por el Espíritu de Dios: de ese tal se puede decir que ya no vive él sino que Cristo, o más bien el Espíritu Santo, vive en él» (EMO 62). Por otra parte, el último acto de la primera parte es un acto de invocación al Espíritu de Nuestro Señor, porque «ese mismo divino Espíritu es quien hará subir mi oración hasta Vos, como incienso de muy agradable olor, y podrá luego conservar en mí el espíritu de oración y mantener el fuego que hubieres encendido en mí» (EMO 171).
En la Segunda parte el Fundador quiere que contemplemos a Jesucristo en el Evangelio, para que el ejemplo de su vida y sus enseñanzas nos ayuden a transformarnos en Él. En el fondo Jesucristo (su persona, sus acciones, sus actitudes, sus palabras) es el tema único de la oración del Hermano. Por eso el Evangelio es el primero y principal libro de oración del Hermano. En esto el Fundador es deudor de la Escuela francesa de espiritualidad a través del método sulpiciano. Se trata de tomar en serio la humanidad de Jesús centrándonos en los acontecimientos de su vida.
Pero no se trata de una mirada desencarnada. El Cristo contemplado en la oración debe ser prolongado en la vida. «Vuelvan los ojos a Jesucristo como al buen Pastor del Evangelio, que busca la oveja perdida, la pone sobre sus hombros y vuelve con ella para incorporarla de muevo al redil. Y, puesto, que hacéis sus veces, ténganse por obligados a proceder de modo análogo, e impetren de El las gracias requeridas para conseguir la conversión de sus corazones» (M 196,1). Esto es lo que el Fundador entiende por «espíritu del misterio».
La contemplación de Jesucristo, que por su Espíritu vive y crece en la relación del educador lasallista con sus discípulos, se alimenta de dos fuentes. La palabra de la Escritura y la realidad vivida. Como dicen Sauvage y Campos: «La contemplación por parte del Hermano del misterio de Jesucristo implica no solamente la frecuentación asidua del evangelio, sino la atención a lo que acaece en su vida, la toma en consideración, tan plenamente como sea posible, de las realidades que están en juego. La referencia al misterio de Jesucristo no es una evasión por elevación, sino más bien una profundización hasta el centro. Es lo que muestra» constantemente las Meditaciones lasalianas: remiten al Hermano a su existencia concreta, como el lugar donde reviven nuevamente los misterios de Jesucristo» (Explicación del Método de Oración, de San Juan Bautista de La Salle, p. 420). Pero tanto la mirada contemplativa del Evangelio y la mirada contemplativa de la realidad, son fruto en nosotros del Espíritu que nos permite ver todo a la luz de Dios.
La Regla nos dice: «La oración es ante todo un don que los Hermanos reciben del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo .» La oración lasaliana tiene un ritmo ternario, en el que subyace un esquema trinitario. Y más que el esquema, el espíritu de la oración lasaliana es trinitario. Tanto en la primera como en la segunda parte están presentes el Padre, el Hijo, el Espíritu. Y si en la Segunda parte el esquema es cristocéntrico, y nos centrarnos más en el misterio de Cristo, sabemos que este misterio es el del amor de Dios que tiene suficiente en el Padre y su manifestación en el Espíritu.
Es importante que vivamos esta dimensión trinitaria. Lo que convierte en difícil nuestra oración es que pretendemos sea el resultado de nuestro esfuerzo y nos olvidamos que somos seres «habitados». Sólo Jesús puede ofrecer al Padre la verdadera oración en nosotros por el Espíritu. Ese Espíritu que nos invita a decir: «Jesús es el Señor», y con Jesús, «Abba Padre» y que, como sabemos, en el Evangelio Padre es inseparable de Reino, por eso la oración trinitaria nos compromete en la construcción de un mundo que responda al proyecto amoroso de Dios.
Como Santa Catalina de Siena podemos decir: » Oh Trinidad eterna. Tú eres un mar sin fondo en el que. cuanto más me hundo, más te encuentro; cuanto más te encuentro más te busco todavía. De Ti jamás se puede decir Basta. El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar porque siempre está hambrienta de ti, siempre está deseosa de ver su luz en tu luz»
2.- LIBERTAD Y SENCILLEZ
El Fundador invita al Hermano a relativizar el Método, consciente de que el protagonista principal es el Espíritu y que como dice San Pablo «Donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Co. 3,17) ya que el Espíritu es como el viento «que no sabemos de dónde viene y adónde va» (Jn.3,8)
Lo recordaba el Hno. Michel Sauvage en una charla dada a los Hermanos del distrito de Roma.
El Método es una ayuda que debemos adaptar a nuestra manera personal de encontrarnos con Dios en libertad y sencillez. De hecho el Fundador quiere que el orante llegue a la «simple atención» en donde las palabras y las estructuras ya no son necesarias, en donde el Espíritu ora en nosotros con sus gemidos inefables. Después de darnos algunos medios para el uso de los actos el Fundador se refiere: «al caso en que uno se sienta movido por una interior y suave atracción hacia algo que no había pensado antes, como el amor de Dios, a manifestarle su confianza y sumisión, a pedirle algo con instancia y confianza para sí o para el prójimo: a reflexionar sobre alguna palabra de Dios: es preciso entonces seguir ese atractivo u otro parecido » (EMO. 116).
Esta libertad y esta sencillez era, por otra parte, lo que el Fundador recomendaba a una religiosa, en una carta conservada por Blain: «El estado en que se halla durante la oración, según me dice, no es de ociosidad peligrosa, como Ud. piensa. Con tal de poseer a Dios y de allegarse a Él, ¿qué cuidado hade darle lo demás? No tiene Él, necesidad de sus esfuerzos. Hay que evitar la ociosidad, pero también el embarazarse con la multitud de actos. Bástale a Ud. y basta para contentar a Dios que permanezca en su santa presencia… Pídale con sencillez de corazón los medios para salir de la miserable situación en que se halla. Si no puede tener oración, dígale a Dios que no puede, y quédese tranquilo El no ha de obligarle a lo imposible. O dígale como los santos Apóstoles: «Señor enséñame a orar», y después quédese anonadado delante de El como inútil para todo: esta será su oración» (Carta 126)
3.- LA ORACIÓN DEL CORAZÓN.
Hoy, por influencia de las escuelas orientales de oración se habla mucho de la oración de corazón. Sin embargo el Fundador ya nos habla de la misma. Se trata de una oración totalizadora, de todo momento y de toda circunstancia. Por encontrarse en LOS DEBERES DEL CRISTIANO uno de los textos catequísticos y no propiamente espirituales es posiblemente poco conocido, pero es de una gran riqueza.
«El hombre puede orar a Dios de corazón en todo tiempo y en toda ocasión. Puede darse, dice San Crisóstomo, que alguien ore con mucha atención mientras camina por la ciudad que otro tenga el espíritu aplicado a Dios cuando está con sus amigos. o en fin, que invoque a Dios interiormente can mucho fervor y devoción mientras hace cualquier otra cosa…
Se puede orar a Dios de corazón de varios modos diferentes, pero particularmente de cinco modos:
1, por silencio, manteniéndose únicamente en la presencia de Dios en sentimiento de respeto y adoración, sin expresar nada y sin pedir nada a Dios… A veces en la oración el espíritu se oculta a sí mismo en un profundo silencio.
2 por pensamientos, sin servirse de ninguna palabra. San Crisóstomo dice de este modo de oración que se le hace perfecto por el fervor del espíritu
3, por afectos, cuando se pide algo a Dios por los movimientos solos del corazón. De este modo, oraba Ana madre de Samuel, según San Cipriano.
4, por acciones, cuando se realizan acciones buenas, con la mira de cumplir nuestros deberes con Dios o de obtener de El alguna gracia.
5, pero uno de los mejores modos de orar a Dios de corazón es orar por sufrimientos, y esto se hace cuando se soportan can paciencia las penas que Dios envía, con intención de honrarle o de procurarse algún provecho, sea espiritual, sea temporal» (p. 472-474)
Lo más importante, es que todas estas expresiones de la oración, broten del corazón, o sea estén inspiradas y movidas por el Espíritu, tal como el Fundador lo expresa en el Método al decirnos que la oración más eficaz es aquélla que «salida de lo íntimo del corazón es producida en el alma por el Espíritu Santo, cuya moción es necesaria para hacer oración» (EMO 174).
María es para el Fundador el mejor modelo de una persona, que ora con el corazón y que se deja llevar por el Espíritu que la adornó con todas las cualidades naturales y sobrenaturales y la puso en condiciones de hallar gracia delante de Dios y ser objeto de sus complacencias. «El Espíritu Santo, haciéndola partícipe de su plenitud la comunicó todos sus dones, y asentó ya desde aquel momento en Ella su morada, para disponerla a recibir en su seno y llevar en él al Hijo de Dios humanado. Le dio inclusive corazón tan penetrado por el amor divino, que no respirase’ sino por Dios.» (Med 163,2)
Hno. Álvaro Rodríguez E