FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Queridos Hermanos y miembros de Signum Fidei:
Pronto celebraremos un día lasaliano muy especial: el domingo de la Santísima Trinidad. En este día, los Hermanos de todo el mundo hacen lo que se denomina la “piadosa renovación” de sus votos. La mayor parte de los Hermanos hacen esta piadosa renovación individualmente todos los días durante la Misa; el domingo de la Santísima Trinidad, lo hacen juntos como comunidad.
La elección del domingo de la Santísima Trinidad resulta obvio, puesto que el acto de consagración de los Hermanos, reflejado en nuestra consagración de Signum Fidei, comienza con las palabras: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrado con el más profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, me consagro enteramente a Vos…”
Yo, personalmente, y creo que la mayor parte de ustedes también, encontramos más fácil relacionar a Dios con la persona de Jesús Buen Pastor, o Jesús Maestro, o incluso Jesús cuando lava los pies. Pero si unimos la expresión “profundo respeto” o “infinita y adorable majestad” nos vemos abrumados por una santidad abstracta, inimaginable y radiante, mucho más difícil de entender y, por tanto, más difícil de relacionar.
San Juan Bautista de la Salle dice todo esto cuando escribe en su meditación para el domingo de la Santísima Trinidad: “Adorad este sagrado misterio, que está completamente por encima de nuestros sentidos, e incluso por encima de nuestra razón…. Confesad que cuanto de él podéis decir y concebir es que encierra un Dios en tres personas…”
Esto me recuerda lo que ocurrió en una clase de niños de preescolar que estaban dibujando en sus pupitres. La maestra se movía de pupitre en pupitre y finalmente se paró junto a una pequeña. “¿Qué estás haciendo?” preguntó la profesora. La muchachita dijo: “Estoy haciendo un dibujo de Dios.” La profesora añadió: “Nadie conoce realmente cómo es Dios.” Y la pequeña replicó: “Ya lo sabrán cuando haya terminado.”
San Gregorio Nacianceno nos dice: “ es difícil concebir a Dios, pero definirlo con palabras es imposible.” Ese es el dilema delante de cada teólogo que escribe sobre la Santísima Trinidad. Quizás la pequeña tuvo una idea mejor: intentar dibujar a Dios, no definirlo con palabras. Sea como fuere, me gustaría tomar las palabras de San Atanasio, que describe, más que define, a Dios apuntando a la majestad de Dios y afanado en nuestro mundo:
“Por una señal de asentimiento y por el poder de la Palabra Divina del Padre, que gobierna y preside todo, los cielos giran, las estrellas se mueven, el sol brilla, la luna sigue su itinerario, el aire recibe la luz del sol y la tierra su calor, y el viento sopla. Las montañas se yerguen, el mar se encrespa con olas y los seres vivientes crecen. La tierra permanece y da fruto, y la vida humana se forma, vive y muere de nuevo, y todas las cosas, cualesquiera que sean, tienen vida y movimiento… Pero todas estas cosas y más, que por su número no podemos mencionar, el hacedor de maravillas, la Palabra de Dios, dando luz y vida, mueve y ordena por su propia señal, haciendo el universo uno.”
En la presencia de este Dios, nuestro Fundador nos dice: “debéis reconocer con todos los espíritus bienaventurados que… todo el mundo está lleno de su gloria y majestad.” Y ante este Dios, que se revela a si mismo como Padre, Hijo y Espíritu, decimos: “me consagro enteramente a Vos para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y lo exigiereis de mí.”
El domingo de la Santísima Trinidad es un día maravilloso para meditar en Dios, cuya grandeza, santidad e insondable amor se ensanchan más allá de lo que pudiéramos imaginar. En palabras de San Pablo, “que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que viváis arraigados y fundamentados en el amor. Así podréis comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios.” (Ef 3, 17-19)
Recomendaría que los miembros de cada grupo de Signum Fidei, el mismo domingo de la Santísima Trinidad o en un día apropiado, pero próximo a él, hicieran juntos la piadosa renovación de su consagración. Sería maravilloso si esto se convirtiera en una práctica anual dentro de Signum Fidei, pues no hay mejor día para declarar: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo…”
Quiero terminar con un largo, pero inspirado fragmento de una homilía del domingo de la Santísima Trinidad. Es de Sor Clara, OJN, quien utiliza una bella imagen que enlaza bautismo, núcleo y fuente de nuestra consagración, con una estima más profunda del misterio de la Santísima Trinidad.
“ Cuando continúo reflexionando en la Santísima Trinidad y en los modos como se puede encontrar, también viene a mi mente una de las imágenes más sagradas en nuestra experiencia humana: la de la maternidad. En su esfuerzo por dar a luz vida, una madre permite que el núcleo de su ser se rompa y que brote una extensión de su propia existencia. Impelida por el instinto natural y por el amor, alimenta, sostiene y protege esa vida. Ella es siempre consciente de que la vida que ha traído al mundo nunca estará lejos de su propia conciencia y ella da de su propia sustancia para alimentarla y mantenerla. Una vida humana ha nacido en este mundo a través de las aguas rotas de su madre, de la misma manera que nosotros nacemos a la Trinidad a través de las aguas del bautismo. Por este mismo misterio, podemos decir, la Trinidad voluntariamente permite que su propio núcleo se rompa para llevarnos a su vida eterna. En esta ruptura sólo podemos imaginar el sacrificio y la autodonación que implica. Recordamos con gran detalle la pasión y el sufrimiento del Hijo durante la Cuaresma y la semana de Pasión… El Espíritu, se nos dice en la Escritura, se lamenta y gime dentro de nosotros con palabras que no se pueden pronunciar. Y nosotros solo podemos imaginar lo que costó al Padre dar a su Hijo único, el Hijo al que amaba…
Si deseamos comprender por medio del amor y encontrarnos con la Trinidad, entonces parece que debemos también esperar ser rotos. Todos nosotros no conoceremos la experiencia física de traer vida humana al mundo, pero Jesús nos dice que si creemos en Él, nos llevará a la plenitud de Dios. La roca dentro de nosotros se romperá y de nuestro propio seno manarán ríos de agua viva.”
Que ustedes continúen experimentando el misterio y majestad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en sus vidas.
Hno. Víctor Franco, F.S.C