«¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobre ti!».   (Is 60, 1)

Queridos hermanos, asociados seglares y amigos lasalianos:

En primer lugar, os ofrezco un punto de reflexión.

Hemos celebrado la fiesta de la Epifanía del Señor. Un día de ilusiones y sueños cumplidos en las miradas de los más pequeños. Una jornada de sorpresas y de encuentros, donde ha brotado la espontaneidad y la belleza de los sentimientos de cariño. Un día donde ha brillado, con luz propia y genuina, a corazón abierto, el derroche del amor universal e inclusivo de nuestro Dios: El Niño Jesús. La estrella nos ha indicado el camino para ir a su encuentro. Una estrella que destella paz, misericordia, justicia, perdón, y que nos alumbra el mensaje encarnado de una nueva humanidad.

El gran regalo que nos ofrece este acontecimiento lo hemos de encontrar en el pesebre. Es el gran signo de Dios, donde se muestra el auténtico rostro de Padre y nos revela la grandeza de sus hijos.

Hoy, en muchos lugares de nuestro mundo, hermanos nuestros buscan, con urgencia, la estrella que les guíe hacia el camino de Belén. Se busca la luz que dé respuestas firmes de hermanos y hermanas, y que dé sentido a las búsquedas de horizontes nuevos, más humanos, donde broten la esperanza de un mundo posible para todos. ¡Cuántas estrellas deslumbran nuestro cielo que oscurecen la luz auténtica de la fraternidad! ¡Busquemos la estrella que nos lleva al pesebre! Allí es donde se desvela el verdadero y esperado sentido de nuestra humanidad, en la pequeñez y sencillez de un Niño. Él es la luz que ha de iluminar la novedad y la esperanza de nuestro caminar.