LA EUCARISTÍA ES LA FUENTE Y LA CÚSPIDE DE LA VIDA Y MISIÓN DE LA IGLESIA

Estimados Hermanos y Signum Fidei:

“La Eucaristía es la fuente y la cúspide de la vida y misión de la Iglesia” –

-Papa Juan Pablo II

La Iglesia ha declarado este año un año especial dedicado a la Sagrada Eucaristía, y en octubre, un Sínodo de Obispos se reunirá en Roma para profundizar la reflexión de la Iglesia sobre este inestimable don de nuestra vida cristiana. Como un invalorable diamante, la Sagrada Eucaristía puede mirarse desde distintos ángulos. Es sacramento, culto, sacrificio, la mejor forma de orar, vínculo de comunidad, gracia curativa, signo de perdón, alimento espiritual… y la lista no termina. Durante siglos, centenares de libros, artículos, meditaciones e himnos se han escrito sobre estas dimensiones, porque tema tan rico desafía las restricciones de las palabras o los símbolos.

¿Qué quiso decir realmente el Papa Juan Pablo II cuando describió la Eucaristía como “fuente y cima de la vida y misión de la Iglesia? Por separado, esas cinco palabras son engañosamente sencillas. Unidas en cadena, son de hecho, un océano profundo de sentido.

Restringiré esta reflexión a un aspecto de la dimensión comunitaria de la Eucaristía que se relaciona con “la vida y misión de la Iglesia”, y, ciertamente, con nuestra vocación como Signum Fidei, en que la comunidad es una dimensión integrante de nuestra vocación. Evidentemente, esta humilde reflexión puede a lo más reflejar un rayo de luz sobre este tema.

En el Antiguo Testamento vemos a Dios invitando una y otra vez al pueblo de Israel a una comunión más profunda con Él. Pero Dios los llama como pueblo, no como personas. Es cierto que algunas personas, por ejemplo, los Profetas, recibieron llamadas personales, pero éstas siempre están orientadas hacia la comunidad, y son para construir y fortalecer la comunidad. La acción salvadora de Dios es siempre comunitaria aun cuando la llamada es personal.

En los Evangelios, poco después de su bautismo en el Jordán, vemos a Jesús llamando personas para formar una comunidad de discípulos, y es junto con esta comunidad con la que Él se ocupará de la gente. Y en su última noche en la tierra, ¿qué hizo Jesús? Comparte una comida con esta comunidad fiel de amigos y les da un regalo especial, un regalo que no es para ellos solos, sino para todos. “Hagan esto en memoria mía”, les dice.


Más tarde, en esa noche oscura, cuando va a orar en el Jardín de Getsemaní, no va solo. Lleva a tres de sus amigos, a los que reprende después por no permanecer despiertos orando con Él. Estos amigos escogidos que debían ayudarlo y apoyarlo en esta hora de agonía, lo habían dejado solo. La comunidad que fundó había aparentemente empezado a desintegrarse.

Antes de esto, uno lo había ya traicionado por 30 monedas de plata. Otro, al que había llamado “Piedra”, confundido por el miedo, lo negará tres veces. Cuando Jesús muere, muere solo, en medio de dos extraños. Muere abandonado por sus discípulos, sus amigos más cercanos, la comunidad que había cuidado durante tres años. Este es uno de los hechos más tristes de las últimas horas de Jesús en el mundo.

Mucho después, fortificados por el don del Espíritu Santo, estos mismos amigos recordarán que Él les había dicho: “haced esto en memoria mía”. Recordarán lo que hizo y dijo en esa inolvidable noche. Recordarán lo que les había enseñado en los últimos tres años y cómo había cuidado con generosidad y compasión especialmente a los más necesitados. Y empezarán a reunirse de nuevo en comunidades para celebrar su memoria, su vida, su presencia, su mensaje y el deseo intenso del Padre de que “todos sean uno”.

La Eucaristía les ofrece a todos los cristianos un puesto y un tiempo privilegiado para celebrar la persona y la presencia de Jesús junto con sus respectivas comunidades de fe, ordinariamente las comunidades cercanas de la familia y la parroquia. En la Eucaristía no solamente celebramos juntos con otros. También encontramos que la acción de “hacer esto en memoria de Jesús” fortifica los vínculos entre los que se han reunido en memoria suya. Además, una atención cuidadosa a las palabras de la Plegaria eucarística nos ayuda a darnos cuenta de que este vínculo de unidad se extiende mucho más allá de esta comunidad inmediata reunida en torno al altar. Abraza todas las comunidades más amplias a las que pertenecemos.

Nuestro Estilo de Vida nos dice que “los miembros Signum Fidei consideran la Eucaristía como el lugar privilegiado de encuentro con el Señor y sus hermanos y hermanas, y participan en ella con la frecuencia que les sea posible” (Nº 37). Por vivir en una comunidad abierta, la celebración de la Eucaristía juntos en forma regular no es a menudo muy práctica. No obstante, incluso cuando nos acercamos a la Eucaristía como Signum Fidei individual, necesitamos estar conscientes de que traemos con nosotros a todos nuestros hermanos y hermanas Signum Fidei al altar. Esta es una manera muy concreta de poner en práctica lo que nuestro Estilo de Vida dice: “todo miembro Signum Fidei siente la necesidad de vivir su vocación en unión con los demás miembros. La vida en comunidad les da un sentido de compañerismo” (Nº 24).

La acción salvadora de Dios de llamar gente como naciones, grupos y comunidades continúa hoy. Pero en nuestro tiempo somos verdaderamente bienaventurados por tener el don que Jesús nos hace de la Eucaristía para unirnos en una comunidad de fe que desea ser “signum”, un signo, especialmente para los jóvenes que están más lejos de la salvación que Jesús vino a traer a nuestro mundo.

Hno. Víctor Franco, FSC
vfranco@lasalle.org