REJUVENECERSE DE CONTINUO EN LA ORACIÓN

 

ORAR CON LA SALLE (1)

 «Nadie aprende a Ver. Se ve naturalmente Lo mismo acaece con la oración. La oración no se aprende de nadie. Ella misma es su propia maestra» (Juan Clímaco)

 La esencia del cristianismo se puede sintetizar, con el Evangelio en una doble relación: con Dios y con los hombres (Cf. Mc. 12, 29-32). Filiación divina y fraternidad humana, Nuestra vocación lasallista no es más que una manera concreta de integrar esta doble relación para poder vivir el mensaje central del Evangelio. Debemos situar la oración en este contexto y no verla como una realidad aislada. Nuestra oración «ocupación interior y aplicación del alma a Dios» (EMO.1) 1) es inseparable de nuestro compromiso histórico con el hombre.

 Resulta revelador ver cómo las Meditaciones para el Tiempo de Retiro, escritas para ayudar a los Hermanos a profundizar cada año su encuentro personal con el Señor, no nos presentan, como lo hacen los Ejercicios de San Ignacio, la relación exclusiva del ejercitante con Dios, sino el ministerio educativo del Hermano y del educador lasallista. Y lo mismo sucede en muchas de las Meditaciones para los Domingos y Fiestas.

 La presencia de los jóvenes y las necesidades del mundo están tan presentes en el corazón del Hermano y del educador lasallista que aún en aquellas acciones encaminadas a encontrarse, a solas, con Dios, no puede dejar de pensar en los jóvenes y en el mundo. Y esto es doctrina lasaliana:

«Porque tenéis ejercicios que se ordenan a vuestra santificación personal; más si vivís animados de celo ardiente por la salvación de aquellos a quienes tenéis encargo de instruir, no omitiréis tales ejercicios, sino que los encaminaréis a esa intención» (M. 205,2).

 1.- LA PRESENCIA DE DIOS

 Para el Fundador no hay oración que no parta de una Presencia. «Lo primero, pues que debe hacerse en la oración es penetrarse interiormente de la presencia de Dios». (EMO.3) La oración es diálogo y no podría ser de otro modo. Diálogo de amor con Dios en el que El tiene la iniciativa. El Fundador nos invita a que nos acordemos de una presencia siempre viva, a penetrarnos de un Dios siempre presente. De hecho a medida que crece el amor, la oración se convierte en la simple atención amorosa al Dios presente. Es la presencia cálida de los que se aman y se comunican a un nivel de interioridad sin necesidad de palabras y gestos. Ponerse en la presencia de Dios no es recordar una teoría es reconocer el paso de Dios en nuestra historia.

 De hecho «la simple atención», de que nos habla el Fundador no es un vacío total buscado por ciertas formas de contemplación oriental. Es siempre «atención» a Dios. Es diálogo con el Dios de Jesucristo que actúa en la historia. No se trata de una evasión o de un aislamiento individualista, porque el Dios Viviente me alcanza a mí, en mi historia personal y me invita a colaborar en su «obra», lo que significa en primer lugar, ser testigo e instrumento, Sacramento de su amor.

 En la Explicación del Método de oración Mental, el Fundador nos inicia en una presencia de Dios individual y solitaria. Pero seria parcializar su espiritualidad quedarnos aquí solamente. En su propia vida y en otros de sus escritos, Dios se hace presente en los acontecimientos y en las personas particularmente en los pobres, tanto que el Fundador no duda en pedirnos hacer un acto de adoración en su presencia:

«Reconoced a Jesucristo bajo los pobres harapos de los niños que instruís; adoradle  en ellos» .(M. 96,3). De la misma manera nos invita a descubrir a Dios, Trinidad de personas en los jóvenes a quienes educamos: «Ellos no menos que vosotros fueron consagrados a la Santísima Trinidad desde el día de su, Bautismo; llevan su sello estampado en el alma, y, son deudores a este admirable misterio de la unción de la Gracia, que se derramó en sus corazones» (M. 46,3).

 Al igual que el Fundador debemos considerar a Dios, más que como trascendencia, como transparencia, que se revela en el mundo, en los acontecimientos, en nuestra historia, en el hermano/a. El encuentro con Dios en la persona de Jesús «Nadie va al Padre sino por mi» (Jn. 14,6)  es inseparable del encuentro de Jesús en la persona del hermano: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis» (Mt.. 25,40).

 Esta misma relación la podemos descubrir en las tres maneras que el Fundador nos sugiere de ponernos en la presencia de Dios.

 *             Dios presente en la creación nos invita a continuarla. No se trata solamente de experimentar la presencia de un Dios que todo lo llena (Ps. 139), ni la presencia de Cristo en el cosmos y en la historia, sino que el Hermano y todo lasallista está llamado también a ser sacramento de esta presencia ante los jóvenes prolongando en el tiempo y en el espacio la obra salvífica de la que es ministro y colaborador. «Debéis considerar a los niños cuya instrucción» corre a vuestro cuidado como huérfanos pobres y desvalidos… Esta es la razón de que los someta Dios de algún modo, a vuestra tutela. El los mira con lástima y cuida de ellos como quien es su protector, su apoyo y su padre; pero se descarga en vosotros de ese cuidado. El bondadoso Dios los pone en vuestras manos… «(M. 37,3)

 *             Dios presente en nosotros y en los hermanos nos invita a creer en la dignidad del hombre y a crear fraternidad. Porque en efecto la presencia de Dios en el hombre es el fundamento de su dignidad: «Que gracia, pues, nos concede Dios con hacer por sí mismo y por su  residencia en nosotros, que seamos lo que somos! Por este motivo dice el mismo San Pablo, «que somos linaje de Dios», y San León, «que hemos sido hechos participantes de la divinidad’ (EMO. 11), a la vez, la presencia de Jesús donde dos o más están reunidos en su nombre produce como fruto una íntima unión e espíritu y de corazón, y renueva nuestra capacidad de entrega: «Concededme también, por vuestra presencia en medio de nosotros reunidos para orar, la gracia de tener íntima unión de espíritu y de corazón con mis Hermanos, y la de entrar en las mismas disposiciones que los Santos Apóstoles en el Cenáculo, para que habiendo recibido vuestro divino Espíritu, según la plenitud que me habéis destinado, me deje dirigir por El para cumplir los deberes de mi vocación y me haga participe de vuestro celo en la instrucción de los que os dignéis confiar a mi solicitud» (E.M.0.10).

 *             Dios presente en la Iglesia, nos invita a construirla; presente en la Eucaristía, a continuar su entrega. En las Meditaciones para el Tiempo de Retiro el Fundador amplia este modo de presencia más allá de los muros de la Iglesia. Estamos llamados a trabajar en la obra de Dios que es el crecimiento de su Cuerpo.» Es necesario también que ‘hagáis patente a la Iglesia la calidad del amor que le profesas’ y que le deis pruebas fehacientes de vuestro celo, pues sólo por ella – que es el Cuerpo de Cristo – trabajáis, y ‘de ella os han constituido ministros, según la orden que Dios os ha dado de dispensar su palabra’. «~201, 2).

 En la Eucaristía, el Señor resucitado adquiere su máximo de densidad y presencia. La vida es vida entrega. Cristo está presente para darnos vida abundante (E.M.O.23). Vida, que a nuestro turno, a litación del Buen Pastor debemos estar dispuestos a dar sin miramientos por nuestros discípulos: “Decidles asimismo lo que Jesucristo decía de las ovejas de las que es pastor; y que por Él han de salvarse:’ Yo he venido para que tengan vida>’ la tengan en abundancia’ Pues el celo ardiente de salvar las almas de los que tenéis que instruir, es lo que ha debido moveros a sacrificaros, y a consumir toda vuestra vida para darles educación cristiana, y procurarles la vida de la gracia en este mundo, y la vida eterna en el otro» (M. 201,3).

 2.-    EL SENTIDO DE LOS ACTOS EN LA PRIMERA PARTE DEL MÉTODO

 Decíamos que la oración lasaliana es un encuentro de Dios y del hombre. Lo vemos claramente en los actos que el Fundador nos propone para prolongar la experiencia de la Presencia de Dios. Hay como una triple mirada: a Dios, al hombre, al Hombre-Dios.

 Lo que pretenden los nueve actos de la Primera Parte es prolongar el diálogo con Dios. El profundizar la relación entre un Dios siempre presente que toma la iniciativa y se revela como Dios salvador y misericordioso, y entre un hombre que reconoce su pequeñez y sus limitaciones y que en Cristo Jesús acepta ser amado y salvado. En este sentido decía Gabriel Marcel que orar es aceptar ser amado.

 Ciertamente los actos expresan la parte del hombre en el diálogo con Dios, sin embargo no es menos cierto que están tejidos de palabras tomadas de la Escritura, porque para el Fundador está muy claro que «no se aprende a hablar con Dios sino escuchándole» (M. 64). Por eso en la oración, en la medida que ésta madura, sucede lo mismo que en el amor, las palabras tienden a desaparecer y un silencio amoroso ocupa su lugar. Se trata de bajar a lo más hondo y descubrir la propia persona. De entrar en sí mismo y encontrarse con la persona del hermano. «en la verdadera soledad están los otros más presentes que nunca»(Zubiri). En fin, de entrar dentro de sí mismo y encontrarse con Dios, sabiendo con San Agustín que «Dios es más intimo a mí mismo que mi propia intimidad», por lo que terminaba diciendo: «desciende a ti para ascender a Dios».

Siguiendo el estudio de los HH. Michel Sauvage y Miguel Campos sobre el Método de Oración (Cahier Lasalien n0 50), podemos ver como los 9 actos que el Fundador nos propone se pueden reducir a los dos movimientos esenciales del hombre que se dirige a Dios:

 Ø           LA ALABANZA, o bendición de Dios (los tres primeros)

Ø           LA PETICIÓN, o súplica a Dios (los tres siguientes)

 Estos dos movimientos resumen la oración del hombre bíblico. Forman la estructura de los salmos, se encuentran presentes en la mayor parte de las oraciones con que San Pablo inicia sus las cartas a las comunidades por él evangelizadas. Pero San Pablo añade un tercer elemento propio de la oración cristiana. Esta se hace en NOMBRE DE JESUCRISTO, porque en toda oración es Jesucristo quien se dirige al Padre por el Espíritu. Por eso los tres últimos actos de la primera parte se refieren a Jesucristo y a su Espíritu.

En síntesis el lasallista que ora: BENDICE A DIOS en la fe y la adoración por su presencia amorosa e incansable y por los dones recibidos. Le alaba por las maravillas que resplandecen en su historia y le da gracias por su amor y su designio salvador.

 SUPLICA A DIOS reconociendo su pobreza y su pecado, confiando en su misericordia infinita e incondicional, intercediendo en favor de la humanidad.

ORA EN JESÚS, en cuyos méritos confía, con quien desea estar unido como el sarmiento a la vid, movido por el Espíritu que hace brotar de lo más profundo de su ser la oración siempre eficaz de Jesús al Padre.

Hno. Alvaro Rodríguez E